La fuerza de empujarnos de a muchas | Editorial

Nov 10, 2017, 04:20 PM

Las mujeres somos competitivas, entre nosotras. Casi como modo eliminación; a la otra la elimino, la anulo. Hablamos mal unas de las otras, como una característica muy propia de nosotras. Somos así, bichas, víboras, zorras, yeguas... toda la fauna existente.

“Nos sacamos el cuero”, “nos escaneamos sin ningún tipo de códigos”, nos fijamos en la otra para encontrar sus defectos y fallas, y jamás decírselo.. o decírselo por lo bajo a nuestras amigas. Somos las reinas del odio implícito; de los mensajes cifrados, de manejar el odio con diplomacia e hipocresía.

Las mujeres nos escudriñamos en busca de defectos. Sólo observamos a otras mujeres para criticarlas, porque son amenazantes. La celulitis, la ropa que se pone, demasiado gorda, demasiado flaca, demasiado puta, demasiado santa. Otra mujer es competencia. ¿Y por qué competimos? por la atención de los hombres, claro. No tenemos reparos en hundirnos entre nosotras, según los discursos que nos atraviesan desde niñas.

Desde chicas, nos confinan a la cocina de juguete y a las muñecas. Nos proponen ideales inalcanzables desde los cuales seremos juzgadas el resto de nuestras vidas. Y este engranaje se construye cagándonos la cabeza una a una. La conquista es de a una. Confinadas en lo doméstico, en la esfera de lo privado, todo lo que nos invite a salir de ahí es amenazante, peligroso o competitivo, un espacio donde debemos cuidarnos o seremos responsables de lo que nos pase.

Cuando decidimos dejar estas estructuras atrás, cuando nos animamos a explorar lo que no nos es permitido, encontramos a otras mujeres que nos inspiran. Encontramos pares a las cuales admiramos y con un vínculo tan íntimo y tan cercano, donde la adoración tiene el lugar en los espacios compartidos y no en un tótem inalcanzable. Descubrimos la admiración a las amigas, lo hermoso de tener a tus ídolas tan cerca. Ese aprendizaje se da en el encuentro íntimo, en la cercanía. Nos nutrimos de las experiencias y empezamos a darnos cuenta que lo que le pasó a una, le pasó a muchas; sólo faltaban los puentes que nos unieran.

Si nos quedábamos en casa, en la cocina, si no nos hubiéramos reunido en espacios que creamos para descomprimir la opresión sentida en otros ámbitos, no habríamos descubierto las múltiples posibilidades que tenemos de vincularnos, el potencial de una mirada empática y la fuerza en empujarnos de a muchas.

Creamos, con mucho esfuerzo, espacios para nosotras, en los que transitar nuestras experiencias compartidas, y donde podamos hacer carne algo que nos fue velado durante mucho tiempo: ser unidas, armar proyectos con pares, amarnos entre mujeres.

La competencia nos dice que hay un sólo lugar para muchas interesadas. La sororidad nos enseña que hay lugar para todas, pero que esos lugares hay que conquistarlos. Brujas, locas… un grupo de mujeres que saben poderosas siempre es peligroso.