Estereotipos en la Escuela
Share
No es novedoso aludir al hecho de que los medios de comunicación nos salpican con la idea de mujer imperante y con ello el que muchas niñas, adolescentes o mujeres quieren ser. En muchas ocasiones no solo estos medios marcan el estereotipo, sino que los propios seres humanos, inmersos en esta sociedad educamos, hacemos o permitimos este tipo de actitudes. ¿Sólo existe el modelo de mujer que nos venden? ¿Las niñas tienen que jugar a cosas distintas que los niños?
Mi incidente crítico comenzó en la edad escolar, siendo una niña deportista que le gustaba jugar al fútbol, correr, el baloncesto y un sin fin de cosas propias de los niños varones, según los profesores, compañeros y demás padres y madres del barrio. Os podéis hacer la idea de lo que era una niña de seis años con un vestido rosa, lacitos por todas partes y dando patadas a una lata mientras andaba por la calle. Yo me acuerdo que a mi madre la paraban por la calle y la preguntaban que si yo era normal.
Además de esta presión social, el verdadero problema surgió cuando no me aceptaban mis amigas tal y como era, y me llamaban “chicazo y machirulo”. No entendía muy bien lo que pasaba y no tenía ganas de ir al colegio. La líder social de la clase convenció a los compañeros para que me dejaran de hablar, y alguna que otra paliza me cayó por parte de ellos. Ser diferente no siempre es fácil. Y tenía únicamente dos posibilidades, cambiar para tener más amigos, o bien ser fiel a como yo era. Ya de pequeña se mostraba mi personalidad constante y cabezota, y decidí seguir siendo como verdaderamente era, y el que quisiera que me aceptara, si no es que no valía la pena. Así que pasaba bastantes recreos sola con un balón, o jugando con compañeros de otras clases un rato. Al pasar a la siguiente etapa, las cosas seguían parecidas, y después de algún tiempo en el instituto, nos juntamos unas cuántas personas que proveníamos de otros grupos, de los cuales nos habían rechazado. Aún así, me seguí encontrando con algunas personas que me insultaban. Como era algo que me generaba mucha tensión, mostré mi lado más aversivo y provocativo, rapándome el pelo. Como os podéis imaginar, la situación se agravó, y en medio de una clase de Historia en el instituto, ante los insultos de otra alumna, me levanté y delante de la profesora le dije a la compañera “cállate, y nunca más me vuelvas a insultar”. La profesora nunca dijo nada, parecía más bien como que no hubiera estado en clase. Me volví a sentar y siguió explicando.
Todo este proceso desencadenó en una falta de amistades, introversión social, falta de autoestima, suspensos académicos, y un largo etcétera que nadie se molestó en solucionar hasta que alcancé la madurez, y puse una sonrisa a la vida.
Analizo el pasado y miro el presente con optimismo, veo cambios pero también mucho por lo que luchar. Hubo una campaña publicitaria que decía que todos éramos iguales, en verdad pienso que, desde esta perspectiva, la realidad es que todos somos diferentes y que hay que aceptar esa diversidad. No existe una sola persona idéntica, no existe un solo tipo de mujer.
Biológicamente soy mujer, con botas de fútbol o vestiditos rosas, igual de mujer.