Parábola del hijo pródigo 25/10/2020 #1115

Episode 118,   Oct 25, 2020, 10:07 PM

Pastor José Luis Cinalli
25/10/2020
Parábola del hijo pródigo
 
“Un hombre tenía dos hijos… el menor… dijo…: padre, dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes… El hijo… se fue lejos… y… desperdició sus bienes viviendo perdidamente. Y… deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Y volviendo en sí, dijo: … iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros… Y… vino a su padre… Y… lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y… el padre dijo a sus siervos: “… vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el becerro gordo… y… hagamos fiesta; porque… mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado”, Lucas 15:11-24.
 
El personaje central de la parábola no es el hijo pródigo sino el padre que se entristece cuando el hijo lo abandona, pero que se alegra al verlo regresar a casa. Su alegría es tan desbordante como la del pastor o la de la mujer cuando encontraron la oveja y la moneda perdida. La oveja perdida representa la inmensa cantidad de personas que están perdidas y que no encontrarán el camino al cielo a menos que alguien se los indique. Y ese ‘alguien’ es la iglesia. Por su parte, la parábola de la moneda perdida alude a los perdidos de dentro de la casa; es decir, ‘cristianos’ que creen ser salvos cuando en realidad no lo son. Veamos ahora al hijo pródigo. ¿Por qué se perdió? Porque quiso. Y, ¿por qué el padre no salió a buscarlo? Porque el hijo sabía cómo volver a casa. El padre no era insensible; al contrario, deseaba que su familia estuviera unida. Sin embargo no podía oponerse a la decisión de su hijo. El hijo pródigo representa a los cristianos que alguna vez experimentaron la bendición de estar cerca del Padre y vivir en su familia pero que finalmente prefirieron volver al pecado. Examinemos de cerca al hijo pródigo:
 
1)    Quiso la herencia del padre, pero no al padre. ¡Cuánto nos parecemos al hijo pródigo! Codiciamos las riquezas de Dios pero a no a Dios. No disimulamos el interés por sus bendiciones ni el apuro que tenemos por ser bendecidos. Cuidado con el pecado de la impaciencia porque tiene el potencial de hacernos perder grandes bendiciones. Jesús prometió el Espíritu Santo a 500 personas. Pero solo 120 lo recibieron. Los que esperaron fueron bautizados. No malogres los planes de Dios para tu vida adelantándote a sus tiempos. Recuerda que la parte más difícil de la fe es la última media hora, poco antes de que Dios cumpla sus promesas y tu oración sea contestada. Ten paciencia y espera el tiempo para formar una familia. Espera el tiempo de Dios para comenzar el ministerio. Espera el tiempo de Dios para hacer aun lo que Dios te haya pedido. Aprenda a esperar el tiempo de Dios para todo.   
 
2)    Despilfarró completamente la herencia de su padre. También en esto nos parecemos mucho al hijo pródigo. Cuántos de los regalos recibidos por Dios hemos desperdiciados. Piensa en la cantidad de personas que perdieron el regalo del matrimonio por un momento de locura en la cama equivocada; o en la cantidad de personas adictas a vicios que perdieron la salud. ¿Y qué decir de los líderes que pierden preciosos ministerios cegados por el orgullo y el pecado? Finalmente, piensa en la cantidad de personas que desprecian el regalo de la salvación, Hebreos 2:3. El hijo malgastó la herencia y tocó fondo. Llegó al extremo de no tener qué comer. No solo cuidaba cerdos sino que vivía entre los cerdos y desea comer comida de cerdos. Pero ni eso podía. Aprendió por la vía dolorosa que vivir lejos del Padre no trae ninguna felicidad: “No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos”, Isaías 57:21. Es cierto que podemos vivir como queramos, pero no sin sufrir las consecuencias. El pecado te llevará más lejos de lo que quisieras ir y te costará más caro de lo que quisieras pagar. Recuerda que la vida es como una moneda, puedes gastarla como quieras pero solo una vez. Entonces, ¡gástala para Dios!
 
3)    Regresó a casa solo cuando ‘volvió en sí’. El hijo vivió entre los cerdos hasta el día en que su conciencia fue despertada. Miles de personas viven esclavizadas, atadas, amarradas al pecado, viviendo en el chiquero y no se dan cuenta porque sus conciencias están cegadas: “Satanás, el dios de este perverso mundo, los ha cegado y no pueden contemplar la gloriosa luz del evangelio que brilla ante ellos, ni entender el mensaje de la gloria de Cristo…”, 2ª Corintios 4:4 (NT-BAD). Ahora bien, nadie vuelve en sí por sí mismo. Solo Dios puede despertar a un aletargado pecador de su modorra espiritual. Las personas que viven en el lodo no saldrán de allí a menos que Dios despierte sus cauterizadas conciencias. Y cuando eso suceda todo el mundo se dará cuenta. ¿Por qué? Porque lo primero que harán será reconocer y confesar sus pecados, tal como lo hizo el hijo pródigo: “Iré a mi padre y le diré: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”, Lucas 15:18. El pecador despertado por gracia regresa a la casa del padre sin exigir ningún derecho. Vuelve en carácter de siervo: “Ya no soy digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros”, Lucas 15:19. El ahora hijo resucitado quiere estar cerca del padre. Ya no le interesan sus riquezas sino solo su amistad. El hogar no es simplemente un lugar sino una relación. Allí es donde pertenece y donde lo aceptan. Recapacitemos. ¿Por qué esperar que suceda alguna desgracia para volvernos a Dios? Recobremos el sentido. ¡Apreciemos la amistad del Padre y el amor de su familia!  
 
4)    Fue perdonado cuando volvió a los brazos de su padre. Es injusto que esta historia se la conozca como la parábola del hijo pródigo porque el hijo no es el héroe sino el padre. La historia nos habla más del amor del padre que del pecado del hijo. Cuando su hijo regresa se compadece profundamente de él, corre a su encuentro, lo abraza y lo besa. Y todo eso aun antes de que el hijo pueda decir siquiera una palabra. Lo perdona sin echarle nada en cara. ¡Qué amor tan maravilloso! Tan grande es su amor que no lo deja terminar de confesarse. El hijo tenía pensado decirle: “Hazme como a uno de tus jornaleros”, Lucas 15:19. Pero el padre nunca le da la oportunidad de decirlo porque su alegría es desbordante: “Hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado”, Lucas 15:23-24. Qué conmovedoras palabras. ¿Qué podríamos agregar? Sería como dorar el oro refinado o pintar el lirio. Así es el amor de nuestro Padre: “¡Oh Señor, eres tan bueno, estás tan dispuesto a perdonar, tan lleno de amor inagotable para los que piden tu ayuda!”, Salmo 86:5 (NTV). El padre ordena que lo vistan con el mejor vestido (restituye su dignidad), que le coloquen sandalias en sus pies (restituye su relación con el padre) y un anillo en su mano (restituye su autoridad familiar). Lo restituye a su condición de hijo. Ese padre ilustra a Dios en Cristo quien descendió de la gloria, se humillo así mismo y corrió por las calles polvorientas de nuestro mundo para abrazarnos y convertirnos en sus hijos. ¿Por qué? Porque esa es su alegría. Dios encuentra su gozo en la recuperación de pecadores arrepentidos. ¡Qué maravillosa gracia!
 
Deberíamos apreciar y agradecer el gran amor de Dios. Todos nosotros éramos hijos pródigos. Vivíamos en el chiquero del pecado pero un día Dios despertó nuestras conciencias, volvimos en sí y emprendimos el camino de regreso al hogar donde Dios nos esperó con los brazos abiertos. Nos reconciliamos con Dios de pura gracia. No tuvimos que trabajar para ganarnos el favor de estar en la casa del Padre y gozar de su amistad. Dios nos restauró a la posición de hijos de pura gracia. ¡Oh el amor que me buscó! ¡Oh, la sangre que me compró! ¡Oh, la gracia que me trajo al redil, maravillosa gracia que me devolvió a los brazos del padre! En segundo lugar nunca perdamos la fe de ver el regreso de quienes amamos. Es cierto que el pecado condenó al hijo a vivir en el chiquero, pero la gracia de Dios lo sacó de allí.  Es cierto que el pecado domina con mano de hierro, pero la fe es un poder superior. El padre nunca perdió la esperanza de ver a su hijo regresar a casa y prueba de ello fue su decisión de engordar un becerro: “Maten el ternero que hemos engordado…”, Lucas 15:23 (NTV). Tú tampoco deberías perder la fe. Posiblemente estés tan perdido como el hijo pródigo. Entonces imita también su actitud arrepintiéndote de tus pecados y regresando a casa. Posiblemente pienses que tu matrimonio esté más allá de toda posibilidad o que tu salud ya no tiene solución, pero si confías en Dios todo comenzará a ser diferente. El hijo estaba muerto y revivió. Estaba perdido y fue hallado. Y lo mismo sucederá contigo, con tu salud, con tu familia y con tu ministerio. Lo que esté muerto volverá a la vida. Lo que esté perdido será encontrado. Imita la fe del padre y ‘engorda un becerro’ para el día en que esa persona (esposo, hijo, amigo, etc.) regrese a casa. Podría comprar una Biblia y dedicarla. Podrías escribir una carta expresando tus oraciones por ellos. O podrías guardar una ofrenda para dársela a Dios como gratitud. Demuéstrale a Dios que tu confianza está intacta. No pierdas ni la fe ni la esperanza y, entonces, ¡tus ojos verán el milagro tan ansiado!