Parábola de los dos hijos 21/2/2021 #1132

Episode 135,   Feb 21, 2021, 10:10 PM

21/2/2021
Parábola de los dos hijos
 
“Un hombre tenía dos hijos, y acercándose al primero, le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña”. Respondiendo él, dijo: “No quiero”; pero después, arrepentido, fue. Y acercándose al otro, le dijo de la misma manera; y respondiendo él, dijo: “Sí, señor, voy”. Y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre? Dijeron ellos: “el primero’”, Mateo 21:28-31.  
 
Un padre tenía dos hijos. Uno era obediente pero tenía una mala actitud. El otro, en cambio, parecía respetuoso de la autoridad de su padre aunque no lo obedecía. El hijo ideal hubiera sido aquel que obedeciera sujetándose a la autoridad del padre. La Biblia dice obedezcan… y sujétense…”, Hebreos 13:17 (NBLH). La obediencia tiene que ver con nuestras acciones, mientras que la sujeción se refiere a la actitud hacia la autoridad. Una persona puede ser obediente sin estar sujeta como el caso de aquella niña que se paraba en la silla a la hora del almuerzo. Desafiaba la autoridad de su madre hasta que recibió una reprimenda. Finalmente dijo: “Mamá, por fuera estoy sentada pero por dentro estoy parada”. También es común verlo en los jugadores de fútbol cuando el entrenador los reemplaza por otro: obedecen pateando botellas de agua y maldiciendo a los cuatro vientos. Por otra parte, se puede estar sujeto sin ser obediente como es el caso del segundo hijo de nuestra parábola que se muestra respetuoso de su padre llamándolo ‘señor’ pero aun así no cumple lo que le promete. La primera gran lección que extraemos de la parábola es que las promesas que le hacemos a Dios no pueden sustituir el lugar de la obediencia. Jesús estaba interesado en saber cuál de los dos hijos hizo la voluntad del Padre. Ahí está la clave. Un creyente puede parecer muy respetuoso de las cosas sagradas o puede prometerle a Dios muchas cosas bonitas, pero si no lo obedece no le servirá de nada. ¡La obediencia vale más que las promesas!
 
Prometer y hacer son dos cosas diferentes. Cuántas veces le hemos prometido a Dios consagrarnos, servirlo, congregarnos, santificarnos, orar, leer la Palabra, ayunar, predicar y un montón de otras cosas que luego no cumplimos. Jesús dijo: “No todo el que me dice: ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre…”, Mateo 7:21. También dijo: El que… hace lo que yo digo, es como una persona precavida que construyó su casa sobre piedra firme… Pero el que… no hace lo que yo digo es como una persona tonta que construyó su casa sobre la arena…”, Mateo 7:24-26 (TLA). Jesús les advirtió seriamente a sus discípulos acerca de los fariseos: “No sigan su ejemplo porque ellos no hacen lo que ellos mismos dicen, Mateo 23:3 (PDT). Concluimos diciendo entonces que la rebeldía en el corazón es tan mala como la desobediencia más descarada.
 
Consideremos ahora la orden del padre: “Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña”, Mateo 21:28. La viña es la iglesia, el padre es Dios y los creyentes son sus hijos que han sido llamados a hacer tres cosas:
 
1)    Llamados a TRABAJAR. ¿Por qué razón el padre tiene que recordarle a su hijo que debe ir a trabajar? ¿Acaso no era su responsabilidad? Claro que sí. Era obvio que el trabajo no faltaba ese día. Siempre hay trabajo en la viña. Entonces, ¿por qué razón le recuerda que debe ir a trabajar? Por la misma razón que Dios lo hace con nosotros: olvidó que debía trabajar para el padre. El trabajo en la viña no se ha terminado. La necesidad es cada vez mayor. Aun así no somos capaces de ver lo que es obvio. El barco se hunde y nosotros dormimos como Jonás. La gente se prende fuego en las llamas del infierno y nosotros apenas si nos damos cuenta. El mundo está enfermo y nosotros le escondemos el remedio. En lugar de salir a ‘trabajar sanando enfermos’ nos atrincheramos en el ‘hospital’ festejando nuestra propia sanidad. Es necesario estar en los negocios de nuestro Padre. La orden del ‘Padre de la viña’ está vigente hoy en día: “Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña”. Además de los privilegios que tenemos por ser hijos de Dios también tenemos responsabilidades. Y una de ellas es trabajar para Dios. Y, ¿por qué son tan pocos los creyentes que trabajan para Dios? Porque están trabajando para sí mismos. Los intereses de Dios no son una prioridad. Muchos han sido convencidos de que primero deben resolver sus asuntos personales: estudios, trabajo y familia. También existen creyentes que en algún tiempo sirvieron a Dios pero ahora no. Tienen sus justificativos, mas la pregunta que les hacemos es la siguiente: ¿en qué lugar de la Biblia Dios ha dejado entrever que es posible tomarse vacaciones espirituales? No existen los tiempos muertos en la vida espiritual. El que se duerme pierde. Si no avanzas, retrocedes. Si no subes, estás descendiendo. No existe tal cosa como la jubilación para dejar de servir a Dios. Dios espera que lo sirvamos hasta que exhalemos el último suspiro en esta tierra.   
 
2)    Llamados a trabajar PARA DIOS. El padre dijo: “hijo, ve hoy a trabajar a mi viña. Dios llama a sus hijos a trabajar en su obra: edificando su iglesia y extendiendo su reino. Ahora bien, el hecho de que los creyentes trabajemos mucho no significa que lo hagamos para Dios. La mayor parte del trabajo que hacemos es para nosotros. Trabajamos en nuestra propia viña y para nuestros propios intereses. Estamos muy ocupados, pero no el reino de Dios sino en nuestros propios ‘reinitos’. Nos engañamos creyendo que lo que hacemos en nuestros trabajos es para Dios. ¿Cómo puede ser para Dios si ni siquiera damos testimonio de Jesucristo? ¿Qué beneficio obtiene Dios de todo ese febril esfuerzo que hacemos para los patrones terrenales? No predicamos ni testificamos. Nuestro testimonio es tan malo que resulta difícil distinguir un creyente por su conducta. A menudo los creyentes solemos ser más mundanos que los hijos de este siglo. Negocios turbios, avaros, codiciosos y boca sucia. Con cristianos así nadie tiene interés en conocer a Dios. Por otra parte en la iglesia hacemos bien poco. No visitamos, no enseñamos, no predicamos y no discipulamos. Ni siquiera nos reunimos para adorar u orar por la salvación de las personas. Seamos sinceros, ¿cuánto de lo que hacemos es para Dios y cuánto es para nosotros? ¿Qué le diremos al Señor cuando nos pida cuenta de nuestra mayordomía cristiana? ¿Qué excusa le daremos cuando nos pregunte por qué no hemos trabajamos en su viña?
 
3)    Llamados a trabajar para Dios HOY. “Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña”. Dios nos espera hoy en su viña. Jesús dijo: “Mi Padre… hoy está trabajando…” (Juan 5:17) y espera que sus hijos también sirvan hoy. Muchos creyentes no se atreverían a decirle a Dios: “no quiero ir a trabajar”. Son rápidos para decir “voy” pero se demoran en hacerlo. Dilatan el cumplimiento de la misión. Aplazan el cumplimiento del deber. El trabajo se acumula y nuestro tiempo para realizarlo disminuye. Estamos atrasados en nuestras obligaciones hacia Dios. La voz de Dios dice: ve hoy a trabajar” y la voz del Espíritu agrega: “Si… oyen hoy su voz, no endurezcan el corazón…”, Hebreos 3:7-8 (NVI). Piensa tan solo en las posibles consecuencias de aplazar el servicio para mañana. Cuántas personas hoy mismo despertarán en el infierno sin haber tenido la posibilidad de elegir su destino final porque nadie les predicó. Que nadie se sienta culpable si una persona rechaza a Cristo y se va a la morada de los tormentos después de haber tenido infinidades de oportunidades para elegir ir al cielo. Pero diferente es el caso si la persona no tuvo la opción de elegir porque nunca nadie le predicó de Cristo. Su sangre caerá sobre nuestras cabezas. La vida es incierta y las oportunidades que una persona tiene de venir a Cristo son limitadas. La gente suele decir que los muertos pasan a mejor vida. Pero eso es cierto solo si han creído y confesado a Cristo como el Señor y Salvador de sus vidas. De lo contrario en el más allá no vivirán mejor sino que serán atormentados por el diablo por toda la eternidad.
 
Muchos se lamentan haber perdido las oportunidades para testificar de Cristo, pues cuando se decidieron a hacerlo la persona ya había muerto. El evangelista D. Moody tuvo una experiencia parecida. La noche del domingo 8 de octubre de 1871 predicaba en Chicago a una inmensa multitud. Su texto era: “¿Qué… haré de Jesús, llamado el Cristo?...”, Mateo 27:22. Al final del mensaje le pidió a la gente que reflexionara acerca del texto durante toda la semana, ya que el próximo domingo hablarían de la muerte de Jesús y decidirían qué hacer con Él. Esa misma noche la ciudad entera quedó en cenizas debido a uno de los más grandes incendios registrados. Moody lamentó hasta el día de su muerte haberle dicho a la congregación que esperara hasta la próxima semana para decidir qué hacer con Jesús. La necesidad de presentar a Cristo y desafiar a la gente a tomar una decisión por Él es urgente. No se puede esperar. En uno de sus escritos Moody dijo: “Preferiría perder las manos antes que darle a un auditorio una semana para decidir qué hacer con Jesús”.1
 
Boice, J. Las parábolas de Jesús. Editorial Portavoz. USA. 2017.