Tus días serán mejores si primero hablas con Dios 27/6/2021 #1150
Episode 153, Jun 27, 2021, 01:52 PM
José Luis Cinalli
27/6/2021
Tus días serán mejores si primero hablas con Dios
“Si observas… la ley, vivirás feliz… felicísimo”, Proverbios 29:18 (Castillian y Jünemann).
La obediencia glorifica a Dios y protege nuestros intereses. La bendición es el resultado de la obediencia: “… Dios está con los que lo obedecen”, Salmo 14:5 (NTV). Ahora bien, un creyente testifica de Cristo cuando reconoce que la bendición que tiene la recibió de Dios: “Todo lo bueno que hemos recibido… viene de Dios”, Santiago 1:17 (PDT). En cambio cuando pecamos arruinamos el testimonio de Dios: “Por culpa de ustedes el nombre de Dios es denigrado entre las naciones”, Romanos 2:24 (BLPH). “… Por culpa de ustedes las naciones se burlan de mí…”, Ezequiel 36:23 (TLA). Además, nuestro pecado avergüenza a Dios delante de sus enemigos, Ezequiel 36:21. Imagina lo desagradable que es para Dios verle la cara al diablo mientras le recuerda el mal comportamiento de sus hijos. ¿Lo ves? La desobediencia alegra al diablo; en cambio, al obedecer hacemos que Dios tenga un día maravilloso.
Debemos obedecer por el bien de Dios antes que por el nuestro. Su gloria está en primer lugar. Claro que Dios quiere que seamos felices, pero eso se logra cuando hacemos que Él sea feliz. Deja que te lo expliquemos. El significado de una palabra puede cambiar dependiendo del lugar en el que se coloca el acento. Quítale el acento a la palabra ‘mamá’ y tendrás una palabra con un significado totalmente diferente. Lo mismo sucede con las declaraciones espirituales. La expresión “Dios quiere que seas feliz” suena bonita, pero es una verdad a medias. ¿Y quién es especialista en usar verdades a medias? El diablo. Nadie más que el diablo ha susurrado a nuestros oídos de que Dios quiere que seamos felices, pero lo hace con la finalidad de que hagamos lo que siente nuestro corazón. Él nos empuja a buscar la felicidad a la manera del mundo, no a la de Dios. A la persona que está pasando una crisis matrimonial le dice que merece algo mejor, que la relación actual no le otorga felicidad y, como Dios quiere que sea feliz, puede buscar la felicidad en otra persona que no sea su cónyuge. A las personas con profundos dolores en el corazón les dice que pueden mitigar el sufrimiento en el alcohol, en noches de fiestas desenfrenadas o con la última dosis de droga. A las personas estresadas les hace creer que un poco de pornografía aliviará esa frustración. Todas han sido convencidas de que el bienestar se encuentra en hacer lo que siente su corazón. ¿Y qué le dice el diablo a una persona que siente atracción homosexual? Lo mismo: ¡que Dios quiere que sea feliz! Por lo tanto la persona cree que solo puede serlo si se entrega a una relación amorosa con una persona del mismo sexo. El diablo siempre refuerza su discurso diciendo que nació así, que no es su culpa sentir lo que siente y que Dios entenderá porque ‘Él quiere que sea feliz’.
Ahora bien, todo el mundo tiene deseos prohibidos incrustados en sus huesos. La naturaleza caída nos persigue de este lado del mundo y será así hasta el día en que Jesucristo regrese. El diablo utiliza esos malos deseos para hacernos dudar del amor de Dios. Si no puede empujarnos rápidamente a la vida desenfrenada siembra la semilla de la duda: “¿qué clase de Dios quisiera que reprimieras esos sentimientos que están dentro de ti y que no has elegido?”. “¿Por qué permitiría deseos que no puedas satisfacer? ¿Acaso Él no quiere que seas feliz?”. Es decir, nos convence de que Dios quiere nuestra felicidad para que nos entreguemos a los deseos de la carne creyendo que esa es la voluntad de Dios. Ese modus operandi es tan viejo como la humanidad. El diablo les hizo creer a Adán y Eva que se estaban perdiendo ‘ser como Dios’ al no comer del fruto prohibido. Adán y Eva compraron la mentira del diablo y terminaron en la infelicidad. Es asombroso cómo el diablo puede engañarnos. He visto cientos de creyentes y aun líderes prominentes caer en el pecado más grosero creyendo que Dios los estaba guiando en esa decisión. El trabajo del diablo en nuestra mente es lento, pero seguro. Después de un tiempo de escuchar sus razonamientos ‘medio verdaderos’ terminamos comprando su mentira. ¿Lo ves? El diablo toma la declaración bíblica de que Dios quiere que seamos felices, pero pone el énfasis en la felicidad y no en cómo obtenerla.
¿Quiere Dios que seamos felices? Claro que sí. ¡Pero a su manera y no a la del mundo! Somos felices cuando obedecemos a Dios: “Si observas… la ley, vivirás feliz… felicísimo”, Proverbios 29:18 (Castillian y Jünemann). Al obedecer, Dios es honrado y como consecuencia nosotros somos felices. ¡La felicidad de Dios es nuestra felicidad! No nos olvidemos que el propósito de la vida es conocer a Dios y traer gloria y honor a su nombre: “Glorifiquen… al Señor, todos juntos alabemos su Nombre”, Salmo 34:3 (BNP). La única manera que tenemos para glorificar y honrar el nombre de Dios es obedeciéndolo en santidad: “Mostraré cuán santo es mi gran nombre… cuando revele mi santidad por medio de ustedes ante los ojos de las naciones… entonces ellas sabrán que yo soy el SEÑOR”, Ezequiel 36:23 (NTV). Dios es conocido en las naciones cuando sus hijos son santos y obedientes. Cuando Aarón y Moisés desobedecieron golpeando la roca se perjudicaron a sí mismos, pero el perjuicio más grande fue robarle la gloria a Dios: “Ya que no me glorificaron… y por no haber reconocido mi santidad en presencia de los israelitas, no harán entrar a esta comunidad en la tierra que les voy a dar”, Números 20:12 (BLA y BNP). Dios ha priorizado su propia gloria. Todo lo que dice y hace es para dar a conocer su gloria y su nombre en las naciones. Eso significa que la máxima preocupación de Dios con respecto a nosotros es que seamos santos y obedientes. ¡Y la más grande recompensa de nuestra obediencia es la honra de Dios! Entonces, ¿por qué nos cuesta tanto obedecer? Porque no amamos a Dios. Y, ¿por qué no lo amamos? Porque no pasamos tiempo con Él. La bendición es fruto de la obediencia, y ésta es la consecuencia de la comunión con Dios. ¡La bendición nace en el lugar secreto!
Dios ha trazado el camino para que seamos felices, pero no lo seguimos. Antes de morir David le reveló a su hijo la fórmula para ser feliz: “Y tú, Salomón, hijo mío, aprende a conocer íntimamente a Dios…”, 1º Crónicas 28:9 (NTV). Pero Salomón no escuchó la voz de la sabiduría sino la voz de la serpiente. Pensó que tener todo el sexo que deseara resolvería el problema de su corazón. Pero no funcionó. Imaginó que tener toda la belleza natural ante sus ojos podría hacerlo feliz. Pero no funcionó. Imaginó que todo el dinero, todas las mansiones y toda la sabiduría podrían apagar finalmente el volcán que erupcionaba en su interior. Pero no funcionó. Tuvo todo lo que un ser humano pudiera querer. Pero no fue feliz. ¿Por qué? Porque en su corazón había un vacío eterno (Eclesiastés 3:11) que solo Dios podía llenar. ¡Los deseos eternos no pueden ser satisfechos con cosas pasajeras! Esa es la razón por la que la persona que se entrega a una noche de pasión prohibida se encuentra peor al día siguiente. Una pareja o una nueva relación, una noche de fiesta o salirse de la dieta no pueden satisfacer la necesidad interna de felicidad. ¿Por qué? ¡Porque las cosas temporales no pueden resolver problemas eternos! Fuimos convencidos de que la felicidad la encontramos en las cosas pasajeras de esta vida. La gente dice: “si tuviera un título, un mejor trabajo, una familia, un hijo, una casa… entonces sí sería feliz”. Y cuando obtiene esas cosas se da cuenta que sigue tan vacío como antes. Entonces cree que todavía le falta algo más por obtener y siempre estamos como el burro detrás de la zanahoria. El diablo es muy astuto. Vende sus mentiras a precio de oferta. Y nosotros compramos. La pura verdad es que: ¡un problema eterno solo puede ser resuelto con un bien eterno! Solo Dios puede completarnos y hacernos felices. Y eso se logra cuando comenzamos una relación íntima con Él. Si Salomón hubiera escuchado a su padre hubiera sido feliz. Pero no lo hizo y nunca experimentó la verdadera felicidad.
Conclusión: debemos hacer el bien no por nuestro propio bien sino por el de Dios en primer lugar. Cuando honramos a Dios obedeciéndolo, la felicidad nos cae como un regalo. La felicidad de Dios es nuestra felicidad. El mayor placer de Dios es que su nombre sea glorificado en las naciones. Y Él se glorifica cuando sus hijos son santos y obedientes. Ahora bien, para que la obediencia no resulte una carga religiosa pesada debemos aprender a caminar con Él. Tus días serán mejores si primero hablas con Dios. No existe nada más placentero en este mundo que una vida en comunión con Dios. El que obedece es feliz. Feliz en Dios. Tú podrás encontrar gozo permanente y felicidad duradera solo en Dios. No existe felicidad, satisfacción, plenitud y gozo máximo fuera de Dios. ¡Busca la gloria de Dios y te encontrarás con la verdadera felicidad! Ten comunión cercana con Dios y encontrarás felicidad duradera y profunda, ese tipo de felicidad que no puede ser encontrada en ningún ser humano y en ningún placer terrenal. ¡Solo en Dios podrás ser feliz!