La gran estafa de la felicidad 17/10/2021 (#1166)

Episode 177,   Oct 17, 2021, 11:27 PM

Pastor José Luis Cinalli
17/10/2021
La gran estafa de la felicidad

Ustedes deben orar así... “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy… perdónanos nuestros pecados… Y no nos hagas entrar… en tentación, más líbranos del malo… del maligno, Mateo 6:9 (TLA) y Lucas 11:2-4 (NT Peshitta; RV 1909; NT-NV).

Aprendí a rezar el Padrenuestro a los 6 años. Tiempo después me dijeron que no debía recitarlo de memoria ni repetirlo como un loro. Entonces dejé de orar el Padrenuestro, al igual que la mayoría de los cristianos de hoy en día. Pero, ¿hacemos bien en no orar la oración que Jesús nos enseñó? Claro que no. Es cierto que no debe ser recitado mecánicamente como si fuera un mantra. El Padrenuestro no es una fórmula mágica que nos preserva del mal con el solo hecho de repetirlo. Pero eso no significa que debamos descuidarlo. El Padrenuestro es un recurso espiritual que Jesús nos dejó para vivir en victoria. Es una oración que nos enseña a orar. Por ejemplo, sabemos que nuestras oraciones deben estar centradas primero en Dios y en sus intereses, luego en nuestras necesidades. Todo eso, en más o en menos, lo hacemos. El error más grande que cometemos es no pedirle a Dios protección espiritual. La voluntad del Señor es que oremos para no “entrar… en tentación”; es decir, para no caer en la jaula del “maligno”, Lucas 11:4 (NT-NV). En el monte de los Olivos Jesús le dijo a sus discípulos que debían orar para “no entrar en tentación”, Lucas 22:40 (NT Peshitta). Ellos despreciaron su recomendación y se ligaron una fuerte reprimenda: “… ¿Por qué están durmiendo?... ¡Levántense! Pídanle a Dios que no los deje caer en tentación”, Lucas 22:46 (DHH; NT-BAD). Después de la muerte de Jesús los apóstoles entendieron la importancia de orar para ser protegidos de los engaños satánicos. El apóstol Pedro dijo: “… Estad en continua vela… ¡Estén alerta! Cuídense de su gran enemigo, el diablo, porque anda al acecho como un león rugiente, buscando a quién devorar…”, 1ª Pedro 5:8 (ORO, NTV). Pablo dijo: “Lleven con ustedes todas las armas de Dios para que puedan resistir… los engaños del diablo, Efesios 6:11 (BLA y BNP). Jesús, Pedro y Pablo nos enseñaron a orar por protección contra los embates del diablo. ¿Quién hace ese tipo de oración hoy en día? ¿Quién tiene la constancia de orar pidiéndole a Dios protección espiritual? Job lo hacía todas las mañanas y Dios levantó una valla protectora que bloqueaba el acceso satánico, no solo a su vida, sino también a la de su familia y pertenencias, Job 1:10. Nosotros podemos disfrutar de esa protección si se la pedimos al Señor y si, como Job, somos temerosos de Dios y vivimos apartados del mal.  

Jesús creyó de importancia capital que oremos pidiendo protección contra los ataques satánicos porque sabe que el diablo es muy astuto y nosotros muy influenciables a sus artilugios. Ahora bien, si Jesús nos ordenó orar pidiendo la protección de Dios, ¿por qué no lo hacemos? ¿Por qué no le pedimos a Dios que nos preserve de la trampa de Satanás, con la misma insistencia con la que le pedimos por nuestras necesidades? ¿Sabes por qué? Porque subestimamos la capacidad que Satanás tiene para embaucarnos. El diablo nos conoce muy bien. Sabe exactamente cómo actuar para hacernos caer. Ha estado vigilándonos. Ha revisado los fósiles de nuestra vieja naturaleza y conoce la disposición de nuestro corazón. ¡Vigila, ora y ten cuidado con los hechizos del diablo! No bebas de su copa porque está envenenada, ni la mires porque brilla tentadoramente. Lo que bebes con dulzura lo vomitarás con hiel y amargura. Sacúdete de las habladurías del diablo. No le prestes tu oído porque pronto estarás en su jaula. Por otra parte, busca ayuda cuando estés bajo presión. Satanás te convencerá de que no es necesario. Te dirá que eres lo suficientemente fuerte como para enfrentar tú solo la tentación, y además te hará pensar en la reputación, la buena imagen y las cosas que perderás si tus hermanos se enteran de tus debilidades. El enemigo te empujará al silencio y, si guardas tus secretos, te perderás dos grandes bendiciones: el consejo de tus hermanos y también sus oraciones.

Desenmascaremos al diablo. Su misión es alejarnos de Dios. Y, ¿cómo lo hace? Siembra dudas en nuestro corazón acerca del amor de Dios. Al igual que lo hizo con Adán y Eva nos hace creer que nos falta algo para ser felices y que Dios no quiere que lo tengamos. Y nosotros le creemos. Aun el padre de la fe creyó sus pérfidas mentiras. El diablo lo convenció de que le faltaba algo para ser feliz y que Dios no quería dárselo. Sí, Abraham hizo responsable a Dios de su infelicidad: “Tú no me has dado descendientes propios…”, Génesis 15:3 (NTV). Su esposa pensaba de la misma manera: El Señor me ha hecho estéril… me impide ser madre, Génesis 16:2 (BAD, BPD). Abraham y Sara fueron convencidos de que Dios se estaba quedando con su felicidad. La desgracia de no tener hijos era culpa de Dios. ¿Quién les hizo creer semejante mentira? El diablo. Así trabaja el enemigo de nuestras almas. En primer lugar nos hace creer que nos falta algo o ‘alguien’ para ser feliz. Luego nos empuja a pensar que la culpa de nuestra infelicidad la tiene Dios. Y como Dios no quiere que tengamos esa cosa que nos hará feliz terminamos procurándola por nuestros propios medios. ¡Siempre por el camino de la desobediencia! Fue así que Sara le dijo a su esposo: “… Como Dios no me deja tener hijos, acuéstate con mi esclava y ten relaciones sexuales con ella… cuando ella tenga un hijo ese niño será mío… Abram estuvo de acuerdo. Entonces Sara tomó a su esclava y se la entregó a su esposo”, Génesis 16:1-3 (TLA). ¿Lo ves? Abraham y Sara llegaron a la conclusión de que Dios no quería que fueran felices. Entonces procuraron por el camino de la desobediencia la única cosa que, según ellos, los haría felices. Y, ¿fueron felices? Por supuesto que no. No existe felicidad fuera de la voluntad de Dios. No existe felicidad por el camino de la rebeldía y la desobediencia. Abraham tuvo el hijo pero no fue feliz. Y, ¿por qué no? Porque la felicidad no se encuentra en una cosa o en una persona. Una relación o una nueva relación, un hijo, un trabajo, un título o un auto nuevo te dan felicidad pero no te hacen feliz. Ahora bien, ¿le faltaba algo a Abraham para ser feliz? Claro que no. Él ya era feliz porque era amigo de Dios, Isaías 41:8. Y entonces, ¿por qué se obsesionó tanto con tener un hijo que lo procuró por la vía del pecado? Porque creyó la mentira del diablo y cayó en su jaula. Lo mismo hizo con Adán y Eva, y lo mismo hace con nosotros. Si realmente Abraham hubiera necesitado un hijo para ser feliz Dios se lo hubiera dado de inmediato. No había motivos para esperar 25 años. Por otra parte, Dios no le prometió un hijo para ser feliz sino para perpetuar la descendencia. Le prometió un heredero, alguien que podría continuar con su linaje y para eso no había ningún apuro, podía suceder en cualquier momento.

¿Conoces a Dios? ¿Tienes una relación de amor creciente con Él? Entonces tienes todo para ser feliz. Ahora bien, si no tienes una relación con Dios nada de lo que este mundo te ofrezca te hará feliz. Eso no significa que esté mal desear una familia, un hijo o un mejor trabajo. Lo que significa es que no debes obsesionarte con eso al punto de procurarlo por la vía del pecado. Aprende esta gran lección: nadie puede hacerte feliz y nadie puede hacerte infeliz. Observa a Pablo. Era feliz independientemente de la situación en la que estuviera: “Conozco el secreto de estar feliz en todos los momentos y circunstancias… porque Cristo me da el poder para hacerlo", Filipenses 4:12-13 (PDT). Pablo era feliz porque cultivaba una relación personal con Dios. El profeta Isaías compartía este punto de vista: “¡Mi Dios me llena de alegría; su presencia me llena de gozo!”, Isaías 61:10 (TLA). Observemos a David. El hombre que supo conquistar el corazón de Dios era feliz y su felicidad provenía de su relación personal e íntima con Dios: “¡En tu presencia soy muy feliz! ¡A tu lado soy siempre dichoso!”, Salmo 16:11 (TLA). “¡Despertar y verme en tu presencia será mi mayor alegría!”, Salmo 17:15 (TLA). “Dios mío, el rey está muy alegre... Tu presencia lo llena de alegría”, Salmo 21:1-6 (TLA). David era feliz en la presencia de Dios, pero un día perdió la presencia y, entonces perdió también la alegría. David sabía que la única manera de volver a ser feliz era recuperando la presencia: No me expulses de tu presencia y no me quites tu Espíritu Santo... y así volveré a ser feliz”, Salmo 51:11 (NTV) y 12 (TLA). ¿Cuándo perdió David la presencia de Dios? Cuando pecó, 2º Samuel 11. ¡David perdió la alegría cuando perdió la presencia! Dios era su alegría. David era rey y lo tenía todo. Aun así nada lograba satisfacerlo, excepto Dios. El harén de mujeres era tan grande como lo deseara. Sus comodidades y riquezas no tenían límites. Sin embargo, solo la presencia de Dios le traía felicidad. Para David la mayor bendición era estar en la presencia de Dios y el peor castigo era estar lejos de su presencia: “Que huyan de su presencia los que le odian...”, Salmo 68:1 (BAD). La sabiduría de los siglos nos enseña una gran verdad: la felicidad que todo el mundo busca y que muchos prometen solo se encuentra en Dios. ¡Cuando nos hacemos amigos de Dios nos volvemos felices! El que te diga lo contrario ha creído la mentira del diablo, ¡ha caído en su jaula!