El falso arrepentimiento 19/03/2023 #1240

Episode 261,   Mar 19, 2023, 08:22 PM

Pastor José Luis Cinalli 
19/03/2023
El falso arrepentimiento

“Yo no quiero la muerte del que muere, dice el Señor… ¡Arrepiéntanse, pues, y vivan!, Ezequiel 18:32 (RVA y VIN2011)

Una cosa es reconocer un pecado y otra, muy diferente, es arrepentirse de haberlo cometido. Saúl admitía sus errores, pero no los abandonaba. Desde el día en que las mujeres de Israel le cantaron a David por su hazaña con Goliat, Saúl “miraba… a David con ojos de envidia”, 1º Samuel 18:9 (NBJ). El éxito de David provocaba temor en Saúl. Sin embargo, la envidia de Saúl no disminuía el éxito en David. El pastorcito pronto llegó a la cima de la popularidad. El hijo del rey se encariñó con él; la hija se enamoró; cayó bien a la tropa; lo querían en Judá y en Israel; triunfó en la guerra, escapó de un atentado y siempre el Señor estuvo con él. Por su parte Saúl se enojó, después temió, sintió pánico, atentó contra su vida y se volvió su peor enemigo. Al principio encubrió su deseo de matarlo. Lo envió a la batalla con la promesa de darle a su hija como esposa. Pero no cumplió su palabra y casó a Merab con otro hombre. Luego hizo lo mismo con Mical. Prometió casarla con David si tan solo pagaba la dote de cien prepucios filisteos. El desafío representaba una trampa mortal, pero David la superó. Fue entonces que Saúl “se dio cuenta de que el Señor estaba con David… y quedó como enemigo… por el resto de su vida”, 1º Samuel 18:28-29 (NTV).

¿Por qué razón Saúl no quería a David? Porque era el elegido del Señor para reemplazarlo en el trono. Samuel le había dicho: “El SEÑOR ha arrancado de ti el reino de Israel, y lo ha dado a un prójimo tuyo que es mejor que tú, 1º Samuel 15:28 (NBLH). ¿Quién era ese prójimo mejor que él? Al principio no lo sabía, pero finalmente alguien se lo contó. Saúl fue informado de que Samuel había ungido a David. ¿Y quién se lo reveló? ¿Eliab, el hermano de David? Probablemente. Él se creía con el derecho de ocupar el trono, ya que era el primogénito de la familia. Sin embargo, pudo haber sido cualquier otro, quizás su propio padre el mismo día de la boda. La hipótesis no está fuera de lugar. Algo sucedió en el casamiento de David y Mical porque fue después de ese suceso que Saúl mostró un interés abierto por matar a David: “Saúl les dijo a sus siervos y a su hijo Jonatán que asesinara a David”, 1º Samuel 19:1 (NTV). Imaginemos el cuadro. Ambas familias están reunidas. David desborda de alegría. Isaí, su padre, aún más. En su emoción quizás mencionó a oídos del rey que la última vez que había estado tan feliz por David fue el día en que el profeta Samuel estuvo con él. ¿David ya estuvo con el profeta Samuel? Esa ‘insignificante’ información disparó miles de pensamientos en la mente de Saúl. El servicio de inteligencia no le había dicho nada. Recién ahora se entera de que Samuel había organizado un sacrificio en Belén y de que la familia de David había sido especialmente invitada, 1º Samuel 16.

Todo tenía sentido. Saúl recordó que él mismo había sido ungido por el profeta después de participar de un sacrificio. Ahora tiene la certeza de que David era aquel “prójimo” mejor que él que lo sustituiría en el trono de Israel. Saúl empezó a sentirse amenazado. Entonces procuró deshacerse de aquel que ambicionaba el trono que, según él le pertenecía. Saúl creyó las mentiras del mentiroso. Aceptó la idea de que el jovencito había trabajado duro para quitarle aquello que le ‘correspondía por derecho’. Creyó que había ganado su confianza tocando música en un momento de debilidad. Estaba persuadido de que David era una amenaza para todo Israel y entonces mandó a matarlo. El mal tenía que ser extirpado de raíz. El traidor debía morir. Fue entonces que Jonatán intercedió por David. Su discurso básicamente se resume en esto: David es inocente, sería injusto hacerle daño. David es un benefactor, sería injusto no pagárselo. David ha sido instrumento del Señor, sería peligroso atentar contra él. Finalmente “Saúl escuchó a Jonatán y juró: —Tan cierto como que el SEÑOR vive, David no será muerto, 1º Samuel 19:6 (NTV). Saúl juró por Dios que no mataría a David. ¿Cumplió su promesa? No. ¿Dejó de perseguir a David? Solo por un tiempo. Después retomó su vieja pasión por tirarle lanzas: “Mientras David tocaba el arpa, Saúl le arrojó su lanza, pero David la esquivó y, dejando la lanza clavada en la pared, huyó y escapó en medio de la noche”, 1º Samuel 19:9-10 (NTV). Saúl no estaba arrepentido y lo sabemos porque no cambió. Si se hubiera arrepentido de verdad hubiera recurrido al profeta Samuel para pedirle ayuda en su deseo de volverse a Dios. No sirve de nada la intención de cambiar si no cambiamos.

Saúl tenía la costumbre de reconocer sus pecados y pedir perdón, pero no se arrepentía. Volvía a cometer los mismos errores. Cuando Samuel le reprochó no haber eliminado por completo a los amalecitas Saúl le dijo: “Es cierto, he pecado”, 1º Samuel 15:24 (NTV). Reconoció su maldad cuando David le perdonó la vida: “Eres más leal que yo. Has sido bueno conmigo, y yo en cambio, he sido malo”, 1º Samuel 24:17 (PDT). Finalmente reconoció su malicia cuando David volvió a perdonarlo en la cueva: “Saúl confesó: —He pecado… he sido un tonto, y he estado muy, pero muy equivocado”, 1º Samuel 26:21 (NTV). Pese a todas sus confesiones su corazón nunca cambió; al contrario, se endureció cada vez más. Así son muchos creyentes. Tienen períodos de destellos espirituales donde lloran y le prometen a Dios que las cosas van a cambiar, pero nunca hacen los cambios necesarios.

Existen dos evidencias del verdadero arrepentimiento: el dolor por haber ofendido a Dios y el abandono definitivo del pecado. Cuando David fue derrotado por el pecado de adulterio renovó el perdón por todos los demás: “Ten misericordia de mí, oh Dios… borra la mancha de mis pecados. Lávame… y purifícame de mis pecados. Pues reconozco mis rebeliones…”, Salmo 51:1-3 (NTV). David estaba profundamente dolido por haber ofendido a Dios. Esa es la tristeza que según Dios nos conduce al arrepentimiento, 2ª Corintios 7:10. Pero cuidado porque la tristeza por sí sola no es una señal de arrepentimiento. Una persona que no ha sido totalmente quebrantada podría reconocer algún que otro pecado pero su arrepentimiento no sería total, como es el caso de Judas quien confesó su traición pero no su desfalco económico ni su hipocresía. A simple vista tenemos a dos hombres arrepentidos. Tanto David como Judas reconocieron sus pecados. David dijo: “He pecado contra el Señor”, 2º Samuel 12:13 (NTV). Y Judas expresó: “He pecado contra Dios porque entregué a Jesús…”, Mateo 27:4 (TLA). La confesión de sus pecados podría hacernos creer que ambos estaban verdaderamente arrepentidos. ¿Cómo advertimos la diferencia? David se arrepintió de su adulterio, homicidio y también de los demás pecados; a diferencia de Judas quién solamente confesó su traición. De haber estado realmente arrepentido, el pesar por su pecado le habría quebrantado el corazón por los demás pecados también. En otras palabras: el arrepentimiento no ocurre solo cuando lloras, sino cuando cambias.  

Es posible confesar un pecado, derramar lágrimas de remordimiento y llorar por las consecuencias que nos ha ocasionado y aun así, no estar arrepentidos realmente. Faraón confesó su pecado Esta vez reconozco mi pecado…”, Éxodo 9:27 (NVI), pero no se arrepintió ya que volvió a obrar de la misma manera, Éxodo 9:34. EL arrepentimiento se prueba con el tiempo. Si la persona vuelve una y otra vez a caer en el mismo pecado evidencia la ausencia de un arrepentimiento genuino. Ese es el caso de Saúl. David le preguntó por qué quería matarlo, a lo que Saúl contestó: “Más justo eres tú que yo, porque tú me has pagado con bien, y yo te he pagado con mal, 1º Samuel 24:17 (BTX). Sin embargo poco tiempo después Saúl volvió a cometer el mismo pecado, 1º Samuel 26:2. Precisamos más que nunca una profunda convicción de pecado; necesitamos derramar lágrimas por el pecado y no por sus consecuencias; dolernos por haber ofendido a Dios y no porque nos han descubierto.

Es muy fácil decir: “Hemos pecado”. Saúl lo dijo, pero sin que su corazón tomara parte; no sentía lo que decía. El que se arrepiente de verdad cambia y se somete a las consecuencias. Se siente tan abrumado por el peso de lo que hizo que no quiere otra cosa que sentirse perdonado. ¡Qué inútil es la confesión de labios cuando el corazón no lo siente! La mera fórmula religiosa de confesar ligera y precipitadamente el pecado sin sentirlo es una gran des­honra a Dios. En cambio, un corazón contrito es una delicia para Dios: “... Dios no desprecia a quien con sinceridad se humilla y se arrepiente”, Salmo 51:17 (TLA). ¡Las lágrimas que fluyen de un corazón arrepentido son preciosas para Dios!