Parábola de la oveja perdida y la moneda perdida 18/10/2020 #1114

Episode 117,   Oct 19, 2020, 11:38 AM

Pastor José Luis Cinalli
18/10/2020
Parábola de la oveja perdida y la moneda perdida
 
“Si un hombre tiene cien ovejas y una… se pierde, ¿qué hará? ¿No… saldrá a buscar la perdida…? Y, cuando la encuentre… llamará a sus amigos… y les dirá: Alégrense conmigo… De la misma manera, ¡hay… alegría en el cielo por un pecador perdido que se arrepiente y regresa a Dios…! O supongamos que una mujer tiene diez monedas… y pierde una. ¿No… buscará… hasta que la encuentre? Y, cuando la encuentre, llamará a sus amigos… y les dirá: ¡“Alégrense conmigo…!”. De la misma manera, hay alegría en presencia de los ángeles de Dios cuando un solo pecador se arrepiente”, Lucas 15:3-10 (NTV).
 
El punto central de este pasaje es la alegría que produce encontrar lo que se había perdido. El gozo es desbordante. El pastor y la dueña de la moneda no pueden contener su felicidad y la comparten con sus amigos. Pero también es expansiva: ¡hasta el cielo está de fiesta! “¡Hay… alegría en el cielo por un pecador perdido que se arrepiente y regresa a Dios…!”, Lucas 15:7 (NTV). ¿Lo ves? Cuando hacemos que una persona se reconcilie con Dios todo el mundo está feliz: el arrepentido, el que le presenta el evangelio y sobre todo el Señor. ¡El método bíblico para ser feliz y hacer feliz a Dios es traer ovejas a Su redil! Qué pena que sean tan pocos los que sigan este modelo. Ni siquiera los creyentes lo hacen. ¿Te has dado cuenta de cuán poco gozo tienen los cristianos hoy en día? ¿Por qué será? Porque no se predica la Palabra de Dios a los perdidos. ¿Y por qué no predicamos? Porque no amamos a los que están sin salvación. ¿Y por qué no los amamos? Porque no amamos al Señor. Jesús dijo: “Si… me aman, obedecerán mis mandamientos”, Juan 14:15 (DHH). La indiferencia por las ovejas perdidas es una clara evidencia de nuestra debilitada relación de amor con Dios. No se puede amar lo que Dios ama sin amar a Dios primero. Y no podemos amar a Dios si no lo conocemos. Y no lo conocemos porque no pasamos tiempo a solas con Él. ¿Lo ves? ¡El verdadero gozo comienza en el lugar secreto!
 
El pastor de la parábola representa a Jesús. Él es el “Bues Pastor”, Juan 10:11. Y, ¿qué vino a hacer Jesús a esta tierra? Vino a buscar y a salvar a los que están perdidos, Lucas 19:10 (NTV). Jesús no vino a fundar una nueva religión ni a pelear contra el diablo. No vino a dar hermosos consejos de cómo vivir mejor. Vino a buscar a las ovejas perdidas. ¿Y sabes por qué? Porque las ovejas que se pierden no saben cómo volver al redil. Son animales que tienen muy poco sentido de orientación. Una oveja sin pastor es una oveja muerta; por eso cuando se pierde el pastor sale a buscarla. Por supuesto la parábola alude a la inmensa cantidad de personas que están extraviadas y que no encontrarán el camino al cielo a menos que alguien se los indique. ¿Y quién tiene esa misión? ¡Nosotros, los creyentes! “Vayan por todo el mundo y prediquen la Buena Noticia a todos, Marcos 16:15 (NTV). “… Le hablarán a la gente acerca de mí en todas partes…”, Hechos 1:8 (NTV). “Ustedes son… un pueblo adquirido por Dios… para que anuncien las obras maravillosas de Dios…”, 1ª Pedro 2:9 (DHH). Pablo expresó: Enseñar las buenas noticias… es solo mi obligación. Y pobre de mí si no lo hago”, 1ª Corintios 9:16 (PDT). Advierte las palabras remarcadas: prediquen, hablen, anuncien y enseñen. ¿Lo estamos haciendo? Muy poco. Buscar ovejas perdidas no parece ser la prioridad de la iglesia, como sí fue la prioridad de Jesús. El Buen Pastor dio su vida para rescatar a los perdidos. ¡Dio su vida para rescatarnos! ¿Lo ves? ¡Tú y yo somos importantes para el Señor! ¡Y el resto de las personas también lo es! Adoptemos su ejemplo. No seamos insensibles, no olvidemos ni despreciemos a las ovejas perdidas. Al contrario, debemos buscarlas y traerlas de regreso al redil de Dios. Y la búsqueda no debe ser a medias, ¡sino hasta encontrarla! ¿Y dónde las buscaremos? ¿En el redil? Allí no están. Tenemos que ir al lugar donde ellas se encuentran. Recuerda que somos pescadores de hombres, no cuidadores de acuario. La Biblia dice: “El que gana alma es sabio”, Proverbios 11:30. ¿Y qué dijo Jesús acerca de los sabios en la parábola de las diez vírgenes? ¡Qué entrarían al cielo! ¡Bendita recompensa para aquellos que hacen el trabajo que Dios les encomendó!
 
Al leer la parábola vemos que para el Buen Pastor hallar la oveja perdida parece ser de mayor prioridad que cuidar las que ya están en el redil. Entiéndase bien. El pasaje no sugiere el descuido de las 99 ovejas. Al contrario, es nuestro deber cuidar la grey de Dios. Pero el descuido de esa responsabilidad parece no ser un problema hoy en día. La verdad es que se pone mucha atención a las necesidades de las ovejitas en el redil. La inmensa cantidad de ministerios que diariamente surgen para edificar la obra de los santos es una prueba contundente de lo que estamos diciendo. Lo que se ve son ovejas bien alimentadas, prolijamente acicaladas siendo asistidas ni bien dicen “meee”. Lo que no estamos haciendo es buscar las ovejas perdidas. Si el Buen Pastor estuviera hoy entre nosotros querría saber por qué pasamos tanto tiempo supliendo las necesidades de las ovejitas del redil cuando existen tantas personas perdidas en el mundo que nunca escucharon de un Dios eterno que se interesa por ellas. Deberíamos avergonzarnos como los leprosos que disfrutaban del despojo del enemigo mientras sus compatriotas se morían de hambre: “No estamos haciendo bien. Hoy es día de buenas noticias y nosotros callamos, 2º Reyes 7:9 (DHH).
 
Veamos ahora la parábola de la moneda perdida. ¿Por qué se perdió la moneda? Por descuido. ¿Y dónde se perdió? Dentro de la casa. Es evidente entonces que existen perdidos fuera y perdidos dentro de la casa. ¿Y quiénes son los perdidos de dentro de la casa? Todas aquellas personas que dicen ser cristianas pero que en realidad no lo son. Al igual que las vírgenes insensatas, creen conocer al novio y tener el derecho de entrar en el cielo; pero en realidad están perdidas y no lo saben. La diferencia entre un creyente verdadero y uno de imitación es el nuevo nacimiento: “El que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios”, Juan 3:3 (RV95). ¿Y cómo se puede nacer de nuevo? Juan lo explica: “A todos los que lo recibieron, a los que creen en su nombre, les concedió el poder de convertirse en hijos de Dios. Los que creyeron ¡nacieron de nuevo!...”, Juan 1:12-13 (NT-BAD). El nuevo nacimiento no consiste en ser reformados, sino en ser transformados. No es una mejora a la vieja naturaleza sino tener una nueva. Una vez que aceptamos a Cristo como Señor y Salvador, el Espíritu Santo viene a nosotros y nos convertimos en hijos de Dios: El Espíritu que ustedes han recibido… los hace hijos…, Romanos 8:15 (PDT). Para ser un hijo de Dios no alcanza con leer la Biblia, orar o congregarse. El requisito es haber tenido un encuentro con Jesucristo. ¿Lo has tenido? ¡Cuidado! Porque podríamos no tener aquello que siempre creímos tener: la salvación. Jesús dijo: “Asegúrate de que la luz que crees tener no sea en realidad oscuridad”, Lucas 11:35 (NTV). Entonces, ¿cómo estar seguros de que no somos un perdido de dentro de la casa? Recordando el día en que todo comenzó, el día en que nos encontramos con Dios. ¿Recuerdas ese día?
 
Conocí la historia de un joven que comenzó a frecuentar las reuniones de una iglesia cristiana invitado por una amiga. La euforia espiritual y la atmósfera sobrenatural que la iglesia vivía lo atrajeron de inmediato. Pronto se involucró en varios ministerios. Participaba junto a otros jóvenes levantando altares de adoración en las plazas. Salía por los barrios y visitaba cárceles y hospitales predicando a Cristo. Su entusiasmo lo impulsó a estudiar en el seminario bíblico. La primera clase de la primera materia transformó su vida para siempre. El profesor entró al aula, saludó a los alumnos, puso su portafolio en el pupitre e hizo la siguiente pregunta: “¿cuántos de ustedes recuerdan el día en que se encontraron con Dios?”. Todos estuvieron dispuestos a contar su experiencia personal, excepto el joven de nuestra historia. No podía recordar ese día. Al final de la clase se acercó al profesor y con mucha cautela le preguntó: “¿puede una persona ser un cristiano y no recordar el momento en que entregó su vida a Dios?”. “Difícil”, contestó el profesor. “¿Quién podría olvidar ese instante glorioso? Si no puedes recordar ese día es porque quizás nunca lo tuviste”. El joven se sintió confrontado por la respuesta. No podía soportar la idea de ser un ‘cristiano perdido’. De regreso a su casa tomó la decisión más importante de su vida. Se arrodilló en la calle, levantó las manos al cielo y en medio de un profundo arrepentimiento confesó sus pecados y entregó su vida a Jesús. No fue una oración larga, pero sí muy sentida. Su voz entrecortada expresaba pesar y dolor por haber vivido lejos de Dios. El muchacho no solo tenía ahora su propio testimonio para contar sino que en adelante se dio a la tarea de advertirles a otros ‘creyentes’ acerca de la terrible posibilidad de ser un perdido de dentro de la casa. El joven estuvo perdido hasta el día en que alguien le hizo una simple pregunta; la misma pregunta que quizás cambie tu vida también: ¿puedes recordar el día en que te encontraste con el Dios de toda la gloria? Si tu respuesta es: “no” o tienes dudas, deja todo a un lado y haz la siguiente oración: “Señor Jesús: Entiendo que soy pecador y que he vivido alejado de ti. Creo que tú eres el único camino para llegar a Dios. Gracias por amarme y tomar mi lugar en la cruz pagando mi deuda. Me arrepiento de todos mis pecados y abro mi corazón para recibirte como Señor y Salvador de toda mi vida. Acepto el regalo de la salvación por la fe. Acepto tu perdón, tu Espíritu y la vida eterna. Amén”.